jueves, 18 de octubre de 2012

El hombre que paseaba en su bicicleta




Mi hermana solía hablarme de él con una mezcla de rabia, melancolía y pena. Solía pasearme en coche por las calles ojeando para cruzárnoslo y que también yo pudiese conocerlo. 

Me contó historias de hambre, calor, frío. Historias de palizas y robos, de mala gente. También me contó leyendas sobre platos calientes, techos y abrigo, de servicio, solidaridad y ayuda. Buena gente.
Su nombre de pila era Luciano, vagaba por los caminos y a penas podía con sus pasos. Consigo, solo llevaba años de pastoreo por algún pueblo de la sierra norte, y desavenencias familiares que lo llevaron a marcharse lejos de los suyos.

Así, buscando un lugar de asilo, y con apenas una bicicleta que cargaba más que montaba llego a Lora.
Nadie sabe bien que discusión puedo ocasionar su soledad. Dicen que quizás el juego… o su carácter testarudo. A buen recaudo, sé, que quienes aquí le ayudaron hicieron todo lo posible por su bienestar, y él en muchas ocasiones rechazó muy buenas opciones.
A buen recaudo, que no paso hambre mientras aquí estuvo.

Pero en toda historia triste hay una parte dura, en la que interviene la poca calderilla que pudiese haber por medio. El dinero siempre es protagonista, hasta en las mejores familias, hasta cuando las cantidades son ínfimas, ridículas.

Quiso el destino que el viejo triste y buscavida de la bicicleta tuviese una pequeña paga con la que se defendía y hacía frente al paso de los días. Quiso, que ciertos tipos lo supiesen y que recibiera constantes palizas en las cuales le robaban.

Me contaba mi hermana cuantas mañanas lo recogieron de caídas, cuantas veces, vagaba por los alrededores de su trabajo casi sin poder mantenerse sobre sus huesos. Como probó a sacar su dinero en pueblos vecinos para que éstos hurtos acabasen.

Pero llegó el día en que se rindió. Luciano, el hombre de la bicicleta, el vecino que tuvimos casi por casualidad durante meses, escogió probar a vivir en otra pedanía. Supo que la buena gente, fue la mejor en Lora del Río, y que él, no supo comportarse con ellos, pero también que la mala gente, le destrozó un futuro en nuestro pueblo.

Hoy, y tras tantas palabras y discusiones encontradas con mi hermana, he comprendido que como siempre ambas teníamos nuestra parte de razón. Siempre defendí que con la paga de Luciano mucha gente vivía, y mantenía a familias enteras, siempre defendí que los vicios y el juego, si así era, no me ocasionaba más que la mínima pena, que una residencia era un buen lugar…Sin embargo si que decía verdades mi hermana, era un ser humano. Nadie merece palizas, nadie merece que los cuatro de siempre despedacen  las ilusiones de un modo de vida escogido. Y sobre todo, Lora no merece una imagen como la que dan éstos, la mala gente.

Me quedo con los abrigos, los platos calientes, las horas de cobijo y compañía, de aquellos que si que representan la humanidad de nuestras calles.

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